VIADUCTO DE LA CALLE DE SEGOVIA EN MADRID
Como ya indiqué en la anterior noticia en prensa relativa a estructuras pontoneras que cobran interés por alguna razón, daba a entender que lo hacia pues suelen ser informaciones escasas, raras y minoritarias. Tanto es así que hoy, que he tenido acceso a El País vía web por la relevancia que tiene la noticia del Puente Largo de Aranjuez, observo que como "otras noticias relacionadas con el tema que editan en ese momento" aparece el nuevo puente chino de Beipanjiang, que con sus 565 metros de altura, batirá todos los records, según informa el propio periódico en noticia de septiembre pasado. Curiosamente, la otra noticia sobre el tema de puentes alude al viaducto madrileño de la calle de Segovia y lleva fecha de 16.05.1998, ahí es nada, 18 años de antigüedad. No sé si se trata de un error de la propia web de El País o bien, es que no había otra noticia pontonera más reciente. De ahí mi interés por promocionar estas informaciones.
He leído con atención el artículo y me parece tan interesante que lo subo al blog. Ojo, son tiempos muy viejunos, cuando gobernaba el Ayuntamiento de Madrid el Señor García-Lomas, último alcalde nombrado por el dictador antes de la llegada de la democracia.
En su momento, cuando disponga de más tiempo, visitaré el viaducto, haré fotos y lo subiré aquí, aportando más información sobre esta estructura. De momento, queda en la carpeta de noticias de prensa.
LA NOTICIA
EL VIADUCTO DE SEGOVIA. Madrid
Artículo
titulado: De suicidas y viaductos.
El País, 16 de mayo de 1.998
Una de las más castizas vistas del
Madrid antiguo se puede contemplar tan sólo desde 1872: cuando se terminó de
construir el primer viaducto, aquel puente de hierro que a veces descubrimos en
desvaídas postales. Desde aquel flamante punto de vista -balcón / viaducto-,
que se había elevado a la cota de los 50 metros, apareció una inopinada,
asombrosa y, sobre todo, madrileñísima escenografía: el quebrarse violento de
los tejados de la calle de Segovia, serpenteando desde abajo y subiendo; la
cresta convexa y espadaña -italiana, tan bella- de la pontificia de San Miguel;
alguna cúpula, tantos chapiteles...Mucho tiempo atrás ya había soñado Madrid
con unir -sobrevolando la vaguada escarpada de la calle de Segovia- el sitio
del Palacio Real con Las Vistillas; lo intentó Sacchetti en el XVIII, como
extensión de sus obras de palacio, y algo más tarde -con Bonaparte-, el gran
Silvestre Pérez. Pero hubo que esperar a que corriera la segunda mitad del XIX
para que un ingeniero, Eugenio Barrón, construyera una atrevida, insólita
estructura de hierro -pionera de la construcción metálica en Madrid- que
salvaba con limpieza la luz gigantesca: fue entonces cuando apareció esa vista,
como ensoñada; y cuando apareció también ese vacío enorme y tentador, que tan
pronto supo seducir a los suicidas.
En tiempos de la II República se
demolió ese viaducto para construir otro, más arquitectónico y mejor, pionero
también de la última técnica constructiva del momento: el hormigón armado. Es
la formidable estructura, de futurista racionalismo, que hoy conservamos; se
debe al arquitecto Javier Ferrero Llusiá. Desde ella se siguió contemplando la
estampa desleída de un Madrid otro; desde ella, también, algunos madrileños se
siguieron dando al trágico vértigo del vacío
El viaducto de
Ferrero -no a causa de los suicidas- estuvo a punto de ser derribado en 1975
por el demoledor alcalde García Lomas (alcaldes hay que pasan a la historia con
la triste gloria del destruir, que no del construir. Éste, a mayor inri, era
arquitecto); un año antes, una mañana de invierno, yo vi a García Lomas
contemplar -su puro impasible en la boca- la voladura controlada e inculta de
otra obra notable del racionalismo madrileño -¡y de Javier Ferrero también!-:
el mercado de la plaza de Olavide. No siguió la misma suerte el viaducto: con los
primeros años de la democracia se conservó y se restauró; parecía asegurado que
los madrileños podríamos seguir gozando de la espléndida vista que, cien años
atrás, se nos había aparecido.
Pero ahora vemos que
no, que los responsables de nuestra administración local -atentos siempre a
esto de las obras- nos la quieren tapar. ¿Por qué? Bueno... la explicación se
pergeña con las trayectorias negras de los suicidas: quieren instalar, a lo
largo de toda la barandilla del viaducto, mamparas de vidrio de seguridad, de
dos metros y pico de altura, con el fin de estorbar -sostienen- las intenciones
aviesas del suicidio... Se ignora, por lo visto -según fuentes municipales-, si
con tal medida se va a reducir o no el número de suicidios en la capital
("quitarse la vida", explican en el periódico, "no es
difícil"); lo cierto es que junto con los suicidas se va a encajonar
también a los que no lo son, hurtando al viandante la inmediatez de esa
alucinada perspectiva.
¿Han reparado los
responsables del Ayuntamiento en lo bonitas que van a quedar las tersas
parábolas de hormigón con ese cajón de cristal encima? (por cierto, ¿quién es
el arquitecto que va a modificar de manera tan contundente la imagen de este
histórico monumento?).
¿Cajón de cristal
decimos? No es por ponernos en la peor situación, antes bien por prevenirnos:
¿es demasiado aventurado imaginarse las cristalinas mamparas con pegadas de
carteles, suciedad, con abigarrados espráis de los epígonos pululantes de
Muelle?
Alguien, entre bromas
y veras, me ha apuntado que, para evitar -con mayor economía- esto de lanzarse
por el viaducto, por qué no contratar un servicio de seguridad; y no está mal
traída la idea: con los bastantes millones que nos va a costar el invento hay
para muchos jornales; da incluso para un psicólogo que pueda recuperar al
suicida, evitando que se vaya a tirar desde otro puente (por ejemplo el de
Eduardo Dato e Historias del Kronen -¿arruinarán también la barandilla cinética
de Sempere?-).
Imagino que nadie que
haya decidido abandonar la vida vaya a desistir de ello porque el Ayuntamiento
instale ahora estas contundentes barreras de cristal; lo mismo resulta que
inducen más a ello, que la sugestión del suicidio, créanme, nunca se sabe por
dónde viene (a mí mismo, que nunca he pensado en tirarme desde ningún sitio, me
entran unas ganas enormes -por fortuna, resistibles- de arrojarme por el
viaducto... cada vez que salgo del destripamiento brutal del túnel nuevo de
Bailén). No se puede decir que tenga mucha suerte el patrimonio arquitectónico de
la ciudad de Madrid; y de éste, quien lleva la peor parte es, por cierto, el de
nuestro siglo: ¿cuántas obras, llamadas a figurar en la historia de la
arquitectura contemporánea, hemos demolido o mutilado? ¿Qué criterios seguimos
para preservar la buena arquitectura que en los últimos tiempos hemos
producido? Ahora que asistimos a la espectral resurrección, tras su precipitada
pasión y muerte, de la arquitectura moderna de la gasolinera de Porto Pi -¡si
Fernández Shaw levantara la cabeza...!- nos empeñamos en seguir desfigurando y
torturando otra arquitectura del racionalismo.
En todo caso, si en
verdad es tan imprescindible ese acondicionamiento, ¿por qué no hacer las cosas
bien?, ¿por qué seguir matando pulgas a cañonazos? Encajonar el viaducto es una
más de las improvisaciones y ocurrencias a que este Ayuntamiento nos tiene
acostumbrados. Actuar en el patrimonio requiere otro tacto... procuremos
alcanzarlo. Mientras tanto, dejemos tranquila a la -hasta hace poco lozana-
calle de Bailén; nacida, no hace mucho, de más generosas e ilustradas
intenciones... Que bastante encajonada, tunelizada y deprimida tenemos ya a la
pobre... ¡No sea que se nos quiera suicidar también!
Javier
García-Gutiérrez. Mosteiro es arquitecto, profesor de la Escuela de
Arquitectura de Madrid y miembro del Club de Debates Urbanos.
Enlace: http://elpais.com/diario/1998/05/16/madrid/895317868_850215.html
Foto antes de realizar la incorporación de las mamparas.
Fotos más o menos recientes del viaducto.
Reformas de 1.942 según Virgilio Muro. Periódico ABC
Bella instantánea del fotógrafo Catalá Roca, probablemente de principios de los años 50 siglo XX.
Foto de la construcción de las bóvedas, probablemente de 1.933. Parece que se inauguró en 1.934 y es obra de los arquitectos Ferrero, Aracil y Aldaz.
Dibujos de alzada y planta del anterior viaducto de hierro construido por Eugenio Barrón Avignon en 1.874
Foto del desmontaje de la estructura realizada en enero de 1.935.
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