ARANDA DE DUERO. Burgos
N-I PK 158
Otra intervención importante
en la obra, debido como en todos los casos a las agresivas crecidas del río
Duero que causaban daños en la estructura con mucha frecuencia, es la del maestro
cantero Felipe de la Cajiga, fallecido en Valladolid en 1598 pero que años
antes, en 1596, trabaja en este puente. De la Cajiga, al igual que el citado
Naveda, era uno de los más prestigioso maestros en aquellos años y su historial
no deja dudas: trabajó en los puentes de Mojados, en el Puente Mayor de Palencia, Toro, San Marcos de León, Mayorga, Herrera de Pisuerga, Castrogonzalo
o Castromocho, entre otros muchos. Su influencia en la obra pública
tardo-renacentista era enorme y formaba parte de aquel pool u oligopolio
pontonero donde figuraban Juan de Nates, Juan del Ribero Rada, Francisco del
Río, Pedro de Llánez y su propio hermano Diego de la Cajiga, con los que
colaboró en muchas plicas, adjudicaciones y proyectos para puentes históricos.
También se cita en los nomenclátor de canteros a Juan de Negrete en aquellas
fechas como maestro cantero que pudo intervenir en reparos del puente,
colaborador habitual de Juan de Nates.
En el siglo XVII se suceden
varias intervenciones en la obra. Una puja interesante reflejada en fecha
06.03.1629 es la del maestro de obra Pedro Díaz de Palacios para los arreglos
de los tres puentes importantes de la villa aunque no hay constancia de que se
le adjudicaran estos reparos. No obstante, Díaz de Palacios sí trabajó en
importantes puentes del contorno como eran los puentes de Peñafiel o La Vid. En
el año 1636 los canteros Sebastián de la Sierra y Miguel de Hoyos reconocían
los puentes de Aranda debido a los desperfectos producidos en las últimas
crecidas del Duero. Habían desaparecido cepas, manguardias y tajamares. El
inspector o veedor Felipe de Velasco evaluó los daños en 9.400.- ducados y por
remate, se adjudicó la reparación al maestro Sancho de la Riba y su colaborador
Juan Incera de la Sierra. Los fondos se recaudaron por repartimiento entre los
pueblos y villa de un contorno de 15 leguas siendo Aranda la que contribuyó con
una quinta parte del montante. Las avenidas producidas en 1647 dañaron una
manguardia y dos arcos del puente; hacia el año 1657 volvieron a repetirse las
crecidas, incluso pasando por encima del tablero en el puente cercano de Las
Tenerías. Estos daños tuvieron que repararse y aunque no hay plena constancia de
los actores, a juzgar por pliegos notariales contemporáneos, pudiera ser que el
maestro cantero Mateo de Hontañón participara en algunos reparos como queda
constatado por deudas pendientes de cobro en aquellos años. Algo parecido
ocurría con Juan de Cajigal y su padre, Francisco de Cajigal, con depósitos de
material y herramienta que reclamaban en la obra según protocolos existentes.
Al comenzar el siglo XVIII se
produjo el mayor daño en el puente que afecto a dos bóvedas colapsadas por lo
que quedaron aislados los dos barrios arandinos; se puso en funcionamiento una
barca de transporte que unía las dos orillas del río. Debido a la crisis
económica del momento, apenas se hicieron reparos salvo algún acondicionamiento
circunstancial. Siguiendo a Cadiñanos Bardeci se comenta: En 1722 el Concejo
recordaba al Consejo Real que se trataba de un puente de tres ojos por donde
siempre se ofreze azer viajes las reales personas. Estaban fallando las
cepas y se temía su completa ruina. En 1723 lo reconoce el cantero Diego
Garganta quien evaluó su reparo en 12.000.- reales de vellón. Otro tanto hizo
Jerónimo Ruiz elevando su costo al doble pues según él, era necesario tender
difíciles zampeados, o sea, formar un encadenado de madera y piedra, apoyados
en estacas clavadas en el lecho fangoso del río (este sistema de tablestacas o
pilotes hincados conseguía formar una pared hermética alrededor de la pila
dañada y tras el bombeo de las aguas interiores se conseguía secar la zona y
acometer los trabajos en la fundación o basas de las pilas). Además era preciso
ampliar sus arcos y reparar las manguardias que protegían las cabeceras del
puente. Poco después se encarga de ejecutar la obra Melchor de la Portilla ya
que se le había rematado en el precio de 27.000.- reales. La piedra la trajo de
las canteras de Valdeherreros (Montejo) y Campillo (Torregalindo). De
fiscalizar los trabajos se encargó Domingo de Solaesa y por parte del Estado Domingo
de Izaguirre. Simultáneamente fueron acondicionadas las calzadas tanto de
entrada como de salida a la puente. Las autoridades locales propusieron que la
cantidad mencionada fuera obtenida del cobro de pontazgo cosa que no aceptó el
Consejo Real seguramente por tratarse de un puente muy concurrido. Fue
repartida la recaudación en 10 leguas de contorno, quizás con la excepción de
Roa de Duero que mostró un privilegio que le eximia de este tipo de gabelas y
que databa de la época del rey Juan II. Todo lo anterior se pretendía completar una
década más tarde. Bajo trece condiciones y un presupuesto de 11.400.- reales
calculado por el maestro cantero José de las Cajigas se repararía también la
calzada y los puentes del Arandilla y Bañuelos. No se hizo nada hasta que en
1737 los alarifes José Galbán Obregón y José Valdecilla volvían a reconocer los
deterioros elevando su coste hasta los 114.831.- reales pero que en una nueva
puja por la mitad de lo propuesto se adjudicó a Jerónimo Alonso el cual lo
traspasa a Marcos de Vierna Pellón. Como no llegaron los fondos éste suspende
la obra y poco después se agrava el estado del puente por nuevas crecidas por
lo que se incrementó su coste en 26.000.- reales. Satisfechos los costes a
Vierna con regularidad, éste da por terminados los trabajos de reparación en
1741, tiempos en los que reinaba Felipe V. Otro actores que pudieron intervenir
en este puente fueron el maestro cantero Francisco González de Sisniega que
figura en un poder de representación datado en 1715 reclamando deudas por
actuaciones en la puente y algo parecido ocurre con Andrés de la Llosa Fontecilla
aunque sin especificar el tipo de obra llevada cabo en esta villa si bien es
cierto que este clan trasmerano era especialista en la pontonería.
En la segunda mitad del siglo
XVIII continúan las agresivas avenidas del Duero que dañan de nuevo la
estructura. En el año 1746 existe un estudio detallado para la definitiva
consolidación del puente que firman Francisco Manuel de Cueto Pellón y José de
la Puente; había que asegurar los pilares, reparar los arcos y reforzarle de
manera general. Se evalúa su coste en 97.500.- reales Tres años más tarde eran
adjudicados estos trabajos a Francisco Manuel de la Puente aunque poco después,
los canteros Juan de la Sierra y Juan Ortiz de la Lastra se comprometían a
llevarlo a efecto por la mitad presupuestada anteriormente. Al parecer y
siguiendo al historiador Cadiñanos, la obra será dirigida por Juan Ortiz de la
Lastra ya que Sierra estaba trabajando en el Real Alcázar de la capital del
Reino. Comenzaron las obras en 1750 y dos años después estaban finiquitadas.
Actuaron como inspectores los maestros Carlos de la Riba y Juan Domingo del
Cueto que dieron por buena la reparación y aceptaron mejoras por otros 3.794.-
reales. Al año siguiente las autoridades concejiles reclamaron al Consejo que
quedaron otros trabajos pendientes, incluyendo el arco inmediato a la
puerta-torre de la villa. El cantero Sebastián de Santiago tasó las obras en
44.000.- reales según proyecto de Juan Félix de Ribas y Francisco Antonio de
Palacio. Las obras serían ejecutadas por el anteriormente citado Juan Ortiz de
la Lastra y tuvieron el conforme del inspector real Fray Antonio de San José
Pontones, conocido popularmente como Padre Pontones.
En adelante, las obras de
reparos serán proyectadas por arquitectos o académicos de la flamante
inaugurada RABASF (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). En el año
1760 se encarga de un modo genérico el arreglo de los puentes de la villa al
prestigioso arquitecto Hilario Alfonso de Jorganes ayudado por Pedro Fol;
tasaron las obras en 233.283.- reales encomendándose la cantería a los alarifes
Fernando de Munar, José Ortiz de la Lastra y Francisco de Soto. Hacia el año
1767 será Antonio de la Puente el que levanta el potente muro de encauzamiento
entorno al puente. En el año 1769 son también Jorganes y Fol quienes redactan
la memoria para el empedrado de los puentes de Aranda, incluyendo éste, así
como la calzada a la que sirve el viejo Puente de Las Tenerías, propuesta
aprobada por el todopoderoso comisario de caminos y puentes en tiempos de
Carlos III, Marcos de Vierna Pellón, que ya había completado con éxito el
difícil trazado de la famosa carretera de Reinosa a Santander y era considerado
uno de los más competentes ingenieros clasicistas aunque entonces seguían
siendo maestros canteros o como mucho, arquitectos reales.
Ya en el año 1788 el
corregidor de la villa expone al conde de Floridablanca los daños causados en
el puente por una reciente avenida (pudiera ser la fechada en 24/25 de febrero
de aquel año). El informe oficial, proyecto y presupuesto corre a cargo del
arquitecto Fernando González de Lara. Éste recupera el famoso puente-barca para
las necesidades más perentorias de transporte y corta el tránsito por el
tablero debido al frágil estado de una de las bóvedas, a punto de colapso (el
arco de Allende). Informa de que todas las cepas estaban en mal estado. Evalúa
costes en 22.700.- reales. Este arquitecto también proyecto un puente nuevo para
la villa que nunca se realizó. La Academia informó favorablemente aunque como
era frecuente, no se hizo absolutamente nada por el momento. En el año 1790 el
Consejo ordena que vuelva a ser reconocido y en 1804 serán las autoridades
concejiles las que sigan reclamando su rehabilitación.
Pascual Madoz hacia mediado el
siglo XIX anota que se trata de un sólido puente de tres arcos y bastante
elevación sobre aguas y cabe interpretar que estaba en uso para la carretera de
Francia. En todo caso nos ofrece una buena información sobre su explotación con
el fin de obtener fondos para su mantenimiento: Existía desde el año 1818 un
derecho de pontazgo en favor de la Dirección de Carreteras; en el año 1840 rendía
57.520.- reales y en 1841 se hizo un nuevo arriendo por 3 años para este puente
y el de Lerma por la suma de 192.140.- reales de los que 83.640.- provenían del
de Aranda. Se especifica que la renovación para el bienio 1844/1846 supondría
arriendos de 114.773.- para cada uno de los citados puentes. Estos peajes tan
habituales y necesarios en nuestros días, desaparecieron en la modalidad de
pontazgos en los últimos años del reinado de Isabel II.
Quizás, la intervención más
solvente en el puente para terminar con los socavamientos en las pilas
centrales es la que realiza el ingeniero Mauricio Garrán Román hacia el año
1860 y que se documenta meticulosamente en su artículo para la ROP del año
1861, tomo 22. Se incorporan a este estudio los dibujos de alzado y estado de
la fundación de pilas que se exhiben en la exposición gráfica de este artículo.
A este respecto, el ingeniero J.J. Arenas comenta que más que socavamiento, el
deterioro de las basas de estas pilas obedece a una erosión acelerada de la
fábrica o sillería por reacciones químicas que disuelven el mortero de agarre y
dejan sueltas las piedras que, con corrientes importantes del río, son
arrastradas. Según los dibujos que muestra Garrán, parecía milagroso que las
bóvedas y pilas hubieran resistido hasta esa actuación.
Hay que resaltar el amplio uso
de esta estructura hasta tiempos muy recientes, primero como carretera radial
de primer orden y más adelante como nacional con matrícula N-I. El tránsito de
todo tipo de vehículos a motor obligan a las autoridades a proceder a su
ensanche, olvidando que quizás, lo que procedía era levantar obra nueva en las
cercanías. El primer ensanche del tablero se produce entre los años 1898 y 1899
según reza una placa en la barandilla; eran tiempos del reinado de Alfonso XIII
y además de la restauración de la fábrica dañada se procedió a la incorporación
en el tablero de un vigamen de acero que probablemente en cantos apoyaría en
tornapuntas del mismo material como era habitual. No hay referencias concretas
-al menos no las he conseguido- pero parece que en los años 20 del siglo XX se
efectúa un retoque al ensanche con utilización de hormigón armado, quizás en
losas que por su mayor peso apoyan en unos recrecidos o zapatas de hormigón sobre
las cabezas de tajamares y espolones. Más drástica fue la intervención de
mediados los años 60 del siglo XX que llevó a cabo el ingeniero Ángel Romero y
que divulga en un artículo de la revista “Hormigón y Acero” del año 1966 donde
explica las bondades del hormigón pretensado que fabrica la empresa
“Prefabricación Pesada y Pretensados”, filial de Agromán. Romero nos cuenta que
para el nuevo tablero se utilizaron 12 vigas de 25 metros de longitud y 25
toneladas de peso cada una; su montaje se efectuó con grúas y otras a base de gatos
para no interrumpir en ningún momento los tráficos. Para evitar el quiebro en
ángulo recto de la entrada al puente por parte “casco viejo” se ingenió un
sistema de plataforma/pórtico de patas oblicuas adosadas a la obra original que
destrozó por completo la impronta de este viejo puente monumental… y así sigue.
Entre los críticos de este apaño monumental figuran el citado J.J. Arenas de
Pablo y L. Fernández Troyano.
Otras intervenciones, en
general relativamente recientes, incumben a los cambios de la cubierta o firme
que de adoquinado o empedrado deviene en los modernos aglomerados asfálticos; los
bordillos de separación, las aceras de losetas de piedra de granito, las
barandillas de aparente hierro fundido historicistas pero bellas, las farolas
de imitación fernandinas, algunas hasta con cutres papeleras. Se habilita una
entrada por el estribo izquierdo en aguas arriba por medio de una escalera en
zigzag metálica, impropia para un puente histórico y se siembran innumerables
canalizaciones de todo tipo, especialmente por la imposta del lado aguas
arriba, que desacreditan la obra plena pontonera.
CARACTERÍSTICAS ACTUALES DE LA
OBRA.
Se trata de un puente cuyo tablero tiene una longitud aproximada de 113 metros
de los que 77 metros correspondería a salvar el cauce propiamente dicho. La
anchura regular es de 12 metros aunque en cabeceras se abocina, especialmente
en la derecha que llega a los 22 metros. Dispone de 4 vanos, tres centrales
sobre cauce regular y zócalos de orillas con luces de 17+14,50+17 metros y un
pontón bajo estribo izquierdo (siempre en visión desde aguas arriba) de
aproximadamente 4 metros de luz. Estos vanos centrales se proyectan con arcos
de medio punto geométricamente perfectos. La altura o flecha del central hasta
lecho del río es de 23 metros y sobre lámina de aguas regulares es de 20
metros. Como decía Pascual Madoz es un puente alto. Los apoyos extremos se
producen empotrándose sobre los zócalos primitivos que ha erosionado el propio
río. Estos estribos difieren en longitud y calidad de fábrica. El izquierdo,
muy largo, dispone de un muro en declive o inclinación con aparejo muy variado
y antiguo de sillería caliza de variada volumetría (quizás con añadidos o
recuperaciones de piezas que se rescataron de otros derrumbes). La cubierta o
tablero también se debió de ensanchar en la actuación de fin de siglo o en la
de los años 20 pues en su intradós se observan cuarterones de vigas de hierro y
rellenos de hormigón. El muro de este estribo se desplaza hasta la primera
bóveda y todavía se aprecia el buen trabajo de cantería con piezas muy
regulares, paralelepípedos bien dispuestos y asentados, probablemente de piedra
caliza, formando un zócalo sobresaliente con hiladas de sillería que se rematan en bisel aportando un plus de
decoración a la fría obra civil (obsérvense alguna toma al respecto). En este
punto es de destacar la mezcla de paños de sillería, probablemente de arenisca,
muy degradados que se mezclan con otros -quizá de caliza- más homogéneos y
aristados, evidentemente de actuaciones más recientes. En este rincón del
estribo izquierdo es donde subsisten materiales del ensanche a base de vigas de
hierro ya sean longitudinales así como sus traviesas que soportan un lecho de sillarejo
como bovedillas e incluso -si no me equivoco- algunas ménsulas o tornapuntas
metálicos, además de una maraña de cables, tuberías y refuerzo de hormigón
grosero y mal enlucido. Es un rincón de almacén de basuras y todo tipo de
residuos. Se completa la abstracción de obra monumental con la incorporación de
la escalera metálica. Sin embargo, en aguas abajo del estribo el diseño es más
urbano y decorativo: sobresale la fábrica de sillería y sillarejo antiguo, se
habilita el pontón como continuación del paseo y existe ajardinamiento en
varias alturas. En el estribo contrario la obra se funde con el alto muro o
manguardia de sillería acondicionada en diferentes épocas y su moderno
ensanchamiento de hormigón que empotra las variadas vigas en el histórico muro
de encauzamiento. Aquí, la altura del zócalo sobre cauce es mayor y dado que
habitualmente no lleva agua, se ha dispuesto un paseo bajo esta tercera bóveda
con miradores al cauce y barandillas metálicas.
Los apoyos intermedios se
producen en las dos pilas centrales cuya anchura es de 5+6 metros (visión aguas
arriba desde margen izquierdo) muy retocadas y reconstruidas a lo largo de la
vida del puente. Las protecciones de las pilas que probablemente datan de
tiempos renacentistas se componen de tajamares en cuña elevándose en varios
cuerpos hasta casi la rasante del tablero. Parece que en origen produjeran
descansaderos como se observa en la vieja litografía. Aguas abajo dispone de
espolones cuadrangulares o pilastras que refuerzan las pilas; es probable que
también dispusieran de descansaderos en cubierta para la protección de
viandantes ante el paso de carros o ganado. Con el ensanchamiento del tablero,
se modifican drásticamente los cenit de estos refuerzos. En los dibujos de
Garrán parece que disponían de tejadillos a dos aguas en tajamares y
probablemente cubierta inclinada en los espolones. Respecto a la tipología de
estos refuerzos, los estudiosos adjudican este tipo de puentes al estilo
burgalés que se consolida desde el Renacimiento y llega hasta el Barroco con
pocas variaciones. Me llama la atención en la tipología de puentes de época que
se considere al Puente de Herrera de Pisuerga como prototipo de obra
renacentista cuando algunos de los maestros canteros que proyectaron grandes
reformas en él como son precisamente Juan de Nates, Felipe de la Cajiga y Diego
de la Cajiga (involucrados en el puente de Aranda) que proponen tajamares menos
altos como cuestión práctica o de ahorros y que no se les aceptaron las
modificaciones cuando hubieran sido precursores de estas defensas bajas en lo
que serían tiempos futuros del barroco puro o el clasicismo.
Respecto al tablero cabe
considerar un origen curvo, a dos aguas, que se va rectificando con el tiempo
hacia su actual situación horizontal. Disponía de bellos pretiles de piedra que
se han ido transformando y ahora exhibe unas barandillas historiadas de bella
traza imitando el hierro fundido. En uno de los bastidores se muestra la placa
de la reforma en tiempos de Alfonso XIII y enfrente, un enrejado con el escudo
de la villa.
Respecto a la fábrica podemos
decir que hay cierta armonía en cuanto a la disposición de la sillería,
horizontalidad de las hiladas, volumetría y talla de las piezas en piedra
caliza de tonos dorados y en general, cara vista lisa o ligeramente picada
aunque haya lienzos donde la erosión y desescamación de las piezas es evidente.
Se juega con sillería y sillarejo de variado tamaño, aparentemente bien
escuadrado aunque cuesta adivinarlo por los recientes y generosos morteros que
se han incorporado en las juntas. Lo cierto es que también se aprecian zonas
donde la obra se ha asegurado con cementos que disminuyen la calidad de la
estructura. Es llamativo el trabajo de cantería en tajamares y espolones.
También el de las bóvedas que aunque tienen manchas de humedades nos permiten
ver la buena disposición y talla en el dovelaje de las roscas que se completa
con unas boquillas bien ejecutadas y que casan en su curvatura con las hiladas
correspondientes que terminan en piezas trapezoidales.
Aunque en general su estado de
forma es excelente debido a las últimas actuaciones de mantenimiento no deja de
ser una obra civil monumental pero disminuida por la serie de apaños,
artilugios modernos y exceso de hormigón en parte de su estructura. Las nuevas
corrientes en lo que podríamos denominar “recuperación de bienes monumentales e
históricos” deberían de poner el foco en este puente y reivindicar su
reconversión a su estado original como ya se está intentando en Valladolid con
su puente viejo. Es frustrante contemplar a lo que se ha podido llegar por
cuestiones de modernidad o eficiencia en los tránsitos o comunicaciones que
ignorando la historia y belleza de una de las estructuras pontoneras más
emblemáticas no sólo de la ciudad sino de la provincia, haya sido ninguneada (en
cierto modo destruida) por las diferentes administraciones sin que la población
local haya protestado o se haya sentido indignada. Pese a que ya existe un
puente moderno en las cercanías, nuestra obra sigue soportando tráficos
exagerados con vialidad de doble dirección sin ningún tipo de restricciones por
tonelaje. Persiste el arbolado que crece junto a las pilas, especialmente en
aguas abajo y que producirá daños en la estructura y existe demasiada fronda de
altos árboles que impiden el visionado y fotografiado de la obra plena.
PARA SABER MÁS. Me sorprende mucho que teniendo en cuenta las graves transformaciones que ha sufrido esta obra civil por lo que dista mucho de ser una estructura icónica, tenga sin embargo mucha literatura de estudio que aunque se solapan en las fuentes nos han permitido conocer los protagonistas que han intentado remediar los achaques y problemas de la obra a lo largo de varios siglos. Como siempre y para los puentes de Burgos, mi libro de cabecera es el de Inocencio Cadiñados Bardeci, en este caso, una tercera entrega de las estructuras pontoneras de Burgos titulada “Los puentes del sur de la provincia de Burgos durante la Edad Moderna” que se publicó en la “Biblioteca de Estudio e Investigación”, tomo 11, año 1996, páginas 15/17, editado por el propio Ayuntamiento de Aranda de Duero. También el breve trabajo de Miguel Ángel Aramburu-Zabala Higuera titulado “La arquitectura de puentes en Castilla y León entre 1575 y 1650”, obra editada en 1992 por la Junta de Castilla y León con referencias a nuestro puente en las páginas 118/119. Obviamente y por la consistencia de su trabajo al respecto es muy citado en otros artículos sobre pontonería castellana debido a su espectacular tesis doctoral titulada “Las obras públicas en la Corona de Castilla entre los años 1575 y 1650: Los puentes”, obra inédita depositada en la UAM, Madrid 1989, en tres tomazos. Envidia cochina; lo que daría por darle alguna dentellada a ese trabajo para mi regocijo y fuentes de documentación futuras. Otro trabajo acreditado que utiliza investigaciones de los anteriormente citados en el del tándem Pilar Chías Navarro y Tomás Abad Balboa titulado “Historia de las obras públicas en Castilla y León. Ingeniería, Territorio y Patrimonio”, editado por el CICCP en el año 2008, página 70 de un PDF en mi poder y página 406 del tomazo con el mismo título que editó el propio CICCP y la Cámara de Contratistas de CyL con la colaboración de la Junta y CajaEspaña en el año 2008. También muy documentado es el trabajo de José Ignacio Sánchez Rivera que he conseguido a través de Dialnet y que se titula “Importancia de las comunicaciones en el siglo XVIII: Los Puentes” donde se presta atención a nuestro puente en las páginas 398/400 con un gran detalle de notas, llamadas y fuentes. También aparecen fotos y breves menciones a éste y otros puentes de Aranda en el libro titulado "Puentes singulares de Burgos. Unir orillas, abrir caminos", obra de varios autores coordinados por Miguel Ángel Moreno Gallo que se editó por la Diputación de Burgos en el año 2018. El nomenclátor titulado “Artistas cántabros de la Edad Moderna”, obra de María del Carmen González Echegaray et al. editado por la “Institución Mazarrasa y la Universidad de Cantabria” en el año 1991 nos permite obtener información de muchos de los canteros que pudieron trabajar en éste y otros muchos puentes castellano-leoneses. El ingeniero Juan José Arenas de Pablo le presta gran atención en su libro titulado “Caminos en el Aire: Los Puentes”, volumen I, editado en 2002 por el CICCP, colección “Ciencias, Humanidades e Ingeniería”, número 57, páginas 344/346. Al igual que Arenas, Leonardo Fernández Troyano es muy crítico con la actuación para el ensanche del puente como se demuestra en su trabajo titulado “El patrimonio histórico de las obras públicas y su conservación: Los Puentes”, artículo publicado en la revista del CSIC “Informes de la construcción”, volumen 37, número 375 de noviembre de 1985, páginas 29 y 37. El Diccionario Geográfico-Estadístico de Pascual Madoz Ibáñez editado en el año 1846 nos ofrece poca información del puente pero muy exhaustiva para la villa de Aranda de Duero en su tomo II, páginas 423/426. En internet menudean las referencias, citas o fotos de este puente aunque a mi juicio, la web más interesante y que nos refiere historias de esta obra civil (y otras de Aranda) es la de rutadelvinoriberadelduero. En la web de Biodiversidad Virtual también se contempla. La Guía Repsol. Más información de la villa aunque poca de sus puentes en la Wikipedia o en la web municipal.
CÓMO LLEGAR. La vía más rápida para acercarnos a la zona es la autovía A-1 por la que circularemos hasta los PK 154 o 158 donde existen salidas hacia la villa y el puente. Además de la vieja N-I, la carretera nacional N-122 (Aragón-Portugal) nos trae hasta Aranda y sus puentes. Entre las vías autonómicas destaca la CL-619 que comunica Palencia con Aranda de Duero.
Incorporo enlaces a los puentes más icónicos o llamativos de la ciudad de Aranda como son el Puente Ferroviario, el de Las Tenerías, La Conchuela, Minaya, la moderna Pasarela sobre el Duero y una curiosa pasarela sobre el río Arandilla.
Se sigue cierto orden cronológico en la exposición gráfica.
Plano anónimo de la villa amurallada levantado en el año 1503 con nuestro puente en la zona inferior. Lo exhibe la Wikipedia en la voz Aranda de Duero.
Carrera de postas Madrid/Santander donde se expresan las paradas-salidas de Aranda de Duero cruzando nuestro Puente Mayor. "Itinerario Real de Postas dentro y fuera del Reino" elaborado por Pedro Rodríguez Campomanes para Ricardo Wall, superintendente general de correos y postas, editado en la imprenta madrileña de Antonio Pérez de Soto en el año 1761 reinado Carlos III.
Vieja toma desde aguas abajo probablemente del año 1990 que se muestra en el libro titulado "La arquitectura de puentes en Castilla y León entre 1575/1650", obra de Miguel Ángel Aramburu-Zabala Higuera editado en 1992 por la Junta de Castilla y León, página 118.
Tanda de fotos en fecha 20.10.2021 en secuencia de aguas arriba y aguas abajo por la margen derecha del río.
Tanda de fotos de fecha 07.06.2022 en secuencia de aguas arriba, aguas abajo, tablero, cauce y entorno desde la margen izquierda del río.
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